Cinco de ellas, únicas en sus departamentos, dieron a conocer sus aventuras en las jornadas de los ciclos contra aftosa y brucelosis que realiza el ICA en alianza con FEDEGÁN-FNG. Asumen su labor con la misma intensidad que los hombres en cada campaña sanitaria.
Ser vacunador es un trabajo difícil porque es una actividad que implica riesgo, esfuerzo y amplio tiempo de actividades. Además, requiere salir muy temprano en las mañanas (4:00 a. m.) y regresar bien entrada la noche, usualmente cuando hay invierno.
Vale la pena recordar que en cada campaña sanitaria son contratados unos 5000 vacunadores que recorren 1105 municipios con el propósito de inmunizar cerca de 30 millones de bovinos y bufalinos para que Colombia mantenga su estatus como país libre de aftosa.
¿Cómo hacen decenas de mujeres para ser madres cabeza de hogar o esposas, velar por sus hijos y al mismo tiempo hacer parte de la campaña sanitaria más desafiante que se lleva a cabo en toda la geografía nacional?
Ellas tienen una respuesta práctica: “cuándo a uno le gusta el oficio no interesan los riesgos y lo hacemos con gusto y con amor”.
Cinco mujeres dedicadas a esta actividad en Santander, Norte de Santander, La Guajira, Cesar, Boyacá y Cundinamarca, nos contaron algunas experiencias en esta labor que consideran compleja, pero de suma importancia para la ganadería y el país.
“Los ganaderos dicen que tenemos carisma”
Nelfa Amado López es zootecnista, trabaja en Santander desde el 2018, tiene 25 años de edad y su sueño es ser ganadera. Cada campaña sanitaria le ha ayudado a lograr experiencia e incrementar su capacidad como vacunadora.
Entre sus anécdotas cuenta que en su primer ciclo estaba en el páramo de Berlín, al norte de la Cordillera Oriental de Colombia, en la Unidad biogeográfica de Santurbán entre Santander y Norte de Santander. En esta zona, los ganaderos sujetan los animales a los árboles para vacunarlos.
“No sabemos cómo un toro se soltó y al sentir el chuzón de la inyección salió a correr y me arrastró varios metros sobre el pasto”, dice. Y añade que en otra oportunidad estaba pasando por encima del famoso río Grande -cerca de Barrancabermeja- por un puente de hamaca que está dañado y llegó la creciente con tanta fuerza que, al verla y escuchar el sonido ensordecedor, “me asusté y casi me caigo al agua”.
Considera que FEDEGÁN-FNG es una familia que dialoga con los ganaderos de manera continua y también con los vacunadores, programadores y demás personal que ejecuta los ciclos de vacunación.
“En el Proyecto Local de Bucaramanga hay 28 personas y soy la única mujer. A los ganaderos les gusta el trabajo de una mujer porque dicen que tenemos más cuidado, agilidad, dinamismo y carisma con ellos. Gracias a Dios no ha habido discriminación de los productores”, expresa.
Considera que las jornadas del ciclo dependen del clima. En invierno el trabajo se alarga hasta las 8:00 de la noche. En verano es más ágil y se termina a las 4 de la tarde. En un municipio como Berlín, se vacunan 10 fincas al día porque las ganaderías son pequeñas -de 4 y 5 animales- pero en Lebrija, Zapatoca, Girón o La Mesa de los Santos, solo se logra vacunar unos 5 predios, es decir, más de 400 animales.
Con su esposo, que es programador y lleva 18 años con la entidad, tienen la expectativa de seguir trabajando con FEDEGÁN-FNG y organizarse. “Ya tenemos una finca y construimos la casa y enseguida empezaremos a trabajar para que por lo menos en 5 años, sea una granja ganadera integral y sostenible”, destaca.
Tres décadas en La Guajira
Nolvis Pantoja, del Proyecto Local de La Guajira y Cesar, particularmente del proyecto piloto de Valledupar, lleva 33 años como vacunadora, es cabeza de hogar y responde económicamente por 4 personas: sus padres y sus dos hermosos niños (Camilo Andrés e Ingrid Johana Orozco Pantoja, de 14 y 12 años).
Es técnica pecuaria del SENA y se manifiesta orgullosa y feliz de cumplir con sus deberes de vacunadora, no obstante, que le ha tocado vivir inviernos intensos y pasar sobre los ríos y los arroyos con altas y peligrosas crecientes.
“Me he resbalado muchas veces entre el barro y mojada y todo me ha tocado trabajar todo el día”, recuerda. “Una vez pasando el río, la corriente del agua me arrastró por un buen tramo con moto y todo. Fue un susto tremendo”.
Asegura que todo esto es parte del oficio: “lo que pasa es que uno es vacunador porque le gusta y cuando eso pasa, lo hace con amor y con compromiso por el oficio”.
“Cuando comencé a ser vacunadora había conmigo otras dos mujeres, pero ahorita estoy sola. Entre 32 vacunadores he persistido con el trabajo durante los siete días de la semana y sin descanso. A veces toca atender 4 fincas diarias repletas de bovinos lo que considero un trabajo duro. Trabajamos los 45 días del ciclo sin interrupción alguna”, comenta.
En el momento de la entrevista está en su labor como vacunadora: “son las 12:00 del día y ya hice una finca de 100 animales. En esta región hay predios con 200 y 250 animales. Afortunadamente la lluvia ha parado y se puede hacer la tarea sin problema, pero siempre la paso vacunando todo el día y me coge la noche. “He querido estudiar medicina veterinaria pero no se han dado las cosas, es mi gran anhelo y espero poder hacerlo realidad”.
Mujer de propósitos
Mayerlis Socarrás lleva 4 ciclos en Hato Nuevo en La Guajira, cerca de Fonseca. Es una mujer de propósitos que ha realizado cursos en el Sena sobre el manejo animal y el último fue de inseminación artificial. “Me gustan los animales y se dio la oportunidad de ser vacunadora lo cual admiro mucho. Si a uno le gusta el oficio, lo hace con un compromiso inmenso”, dijo.
Su esposo es técnico, igualmente del Sena, y ama la ganadería bovina como ella. De hecho, ambos tienen finca y animales.
Es madre de 3 hijos y está acostumbrada a vivir en medio difíciles circunstancias: “en este oficio he tenido varios sustos específicamente cuando me movilizo pues andar en moto es práctico, pero altamente riesgoso por el mal estado de las vías, no obstante, uno aprende a vivir con ese peligro y no me dejo dejar amilanar”.
Dos años en Boyacá
Camila Andrea Patarroyo, de 22 años, es soltera, vacunadora del Proyecto Local de Paipa (Boyacá) hace 2 y, por tanto, ha trabajado en 4 ciclos. Quiere ser veterinaria y lucha para serlo. Es tecnóloga en producción ganadera del Sena y actualmente estudiante universitaria de medicina veterinaria. Al mismo tiempo realiza estudios de auxiliar técnico.
“Ser vacunadora me parece interesante y considero que es un oficio que también pueden hacer las mujeres, no comprendo por qué no les dan la oportunidad de hacerlo”, sostiene. Usualmente a las 6:00 de la mañana se encuentra en comité organizacional todos los días. Vacuna en promedio 100 animales al día.
Su otra lucha es con el invierno que denomina severo porque debe atravesar las vías en medio de la greda y los pantanos donde la moto casi no anda.
La vacunación le ha aportado importante experiencia la cual resume en dos factores primordiales: el primero, no tener miedo a estar con los animales; y el segundo, ofrecer ayuda a los mismos en el momento que sea necesario.
“Los animales son como las personas: cuando son vacunados a algunos les producen reacciones como fiebre y malestar y ahí tenemos que estar para atenderlos y brindarles bienestar”, considera.
Experiencia retadora
Diana Marcela Rodríguez se desempeña en esta labor en San Juan de Rioseco en el departamento de Cundinamarca, atendió la entrevista en un corral con el barro hasta las rodillas. “Trabajar como vacunadora ha sido una experiencia retadora, porque soy muy nerviosa con los animales”, explica.
“Nací y crecí en una familia ganadera. Cuando era pequeña un hermano me montaba en las vacas y eso me asustaba mucho y generó en mí, una fobia hacia el ganado”.
Cuando le hicieron la propuesta de ser vacunadora se fijó el reto de perder esa aversión. La capacitación fue la prueba reina y gracias a la práctica logró superarla. “Tener ese problema me causaba dolor porque soy querendona con los animales. Poco a poco me fui soltando en el medio y superé el miedo”, manifiesta.
Es casada, tiene 39 años y es madre de 3 hijos. Nació en San Juan de Rioseco, donde precisamente contribuye con el desarrollo de la ganadería, pues ahí en ese mismo lugar, ejecuta el ciclo.
Tiene por costumbre ser muy observadora con los animales y considera que a la mujer vacunadora le toca vivir muchos riesgos. “Es fundamental ser cuidadosa y cautelosa para evitar accidentes con los animales porque la lluvia, además de mojarlos, les produce estrés y debido a eso se vuelven briosos”, comenta y añade que en su zona son 2 mujeres, “una está en el municipio de Pulí, ella es profesional, en cambio yo cursé hasta el grado decimo, pero mi otro reto es estudiar medicina veterinaria”.
Visita 8 fincas diarias de pocas cabezas de ganado, pero a veces atiende unidades productivas que tienen hasta 80 animales y en ellas se demora más. “El programador me pone unas metas de vacunación y me gusta cumplirlas sin ninguna excepción”.
“Mi esposo es el programador de la vacunación en esta zona. Llevamos 20 años de casados. Y él lleva 8 años en el oficio”, sostiene.
Y concluye: “Somos ganaderos y mis hermanos también lo son y apoyamos diariamente a este importante sector de la economía colombiana”.